Existe una diferencia enorme entre el día en que pierdes a alguien y el día en que te das cuenta que lo perdiste. La mente humana está capacitada para tolerar cualquier dolor y protegerse a sí misma pero a el corazón le toma un poco más de tiempo sanar.
Es en ese momento en que comprendes que ya no estará más, que se ha alejado para siempre y que ya no hay más tiempo para decirle ni expresarle nada. Que se terminó toda oportunidad de amar a ese ser, si lo abrazaste o lo besaste lo suficiente, te quedará el resto de tu vida para pensarlo pero no para enmendar los errores.
A menudo cuando nos enfrentamos a una pérdida nos culpamos, es ese sentimiento de frustración que cala tus huesos porque la vida arruinó los planes que tenías, porque te arrancó a quien querías y porque no te dió la oportunidad de despedirte como hubieras querido. Nadie obtiene jamás la despedida que quiere, simplemente porque nadie desea despedirse.
Después viene el miedo a olvidarte de todo, a dejar que el tiempo borre el recuerdo que es lo único que queda de ese ser en este mundo.
Nada de lo que digan podrá jamás borrar lo compartido, lo vivido a su lado. La vida a veces se encarga de alejarte de quien mas amas no por hacerte daño, sino porque sabe que le amabas demasiado, que de haber seguido vivo no habría cabida para nadie más en tu corazón.
El destino es sabio, a veces simplemente es momento de aprender a amar a alguien más...
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